Este artículo fue publicado originalmente aquí por el Instituto Fe y Libertad, Guatemala.
“Esposo de la Bendita Virgen María y padre de Jesucristo por derecho de matrimonio y por sus lazos espirituales y legales.”[1]
Uno de los primeros santos cuya vida y enseñanzas me fascinaron fue San Bernardino de Siena (1380-1444). Mi primer artículo en La Nación, un periódico de prestigio en Argentina, fue publicado en 1979, y fue sobre Bernardino, considerado como un precursor de la ciencia económica. Otro compañero de su orden franciscana, Juan Pedro Olivi (1248-1298), fue el que influyó en San Bernardino y quién elaboró una teoría del valor de los bienes económicos que todavía es relevante. El Instituto Fe y Libertad, en Guatemala, publicó hace muy poco la primera edición de Olivi sobre temas económicos en español. Fue una agradable sorpresa aprender que ambos Franciscanos, y especialmente San Bernardino, fueron pioneros en promover el respeto y la veneración a San José.
Una de las más completas biografías de San Bernardino describe así el porqué de su devoción a San José:
No se crea que en esta devoción Bernardino satisfacía un sentido de nostalgia por la familia que no tenía. Esta devoción en cambio, lo ayudaba a penetrar en lo íntimo de las relaciones humanas, e iluminaba los graves problemas de la moral doméstica. La fidelidad entre el marido y su esposa, la obediencia de la mujer; la honestidad del hombre; el cuidado del gobierno familiar; la reverencia a nuestros genitores, el amor y el soporte de los hijos, eran temas que Bernardino tocaba a menudo y en los cuales insistía mucho.[2]
San José, como protector de la Sagrada Familia y del niño Jesús, a veces es comparado con San Pedro, que acompañó a Jesús en su adultez. José, esposo de la Virgen María, es modelo del matrimonio metafórico de Cristo a su Iglesia, que luego delegó en Pedro. José se convirtió en un modelo para los pontífices, los sucesores de Pedro.
Pero veamos que dice San Bernardino de San José:
La norma general que regula la concesión de gracias singulares a una criatura racional determinada es la de que, cuando la gracia divina elige a alguien para otorgarle una gracia singular o para ponerle en un estado preferente, le concede todos aquellos carismas que son necesarios para el ministerio que dicha persona ha de desempeñar.
Esta norma se ha verificado de un modo excelente en San José, padre putativo de nuestro Señor Jesucristo y verdadero esposo de la Reina del universo y Señora de los ángeles. José fue elegido por el eterno Padre como protector y custodio fiel de sus principales tesoros, esto es, de su Hijo y de su Esposa, y cumplió su oficio con insobornable fidelidad. Por eso le dice el Señor: «Siervo bueno y fiel, entra en el gozo de tu Señor».
San Bernardino, que también recibió esa gracia singular y estado preferente que lo llevó a la santidad, describe el fundamento de la santidad de San José. Lo ubica luego en un lugar privilegiado en la historia de la Iglesia:
Si relacionamos a José con la Iglesia universal de Cristo, ¿no es este el hombre privilegiado y providencial, por medio del cual la entrada de Cristo en el mundo se desarrolló de una manera ordenada y sin escándalos [modo regular y honesto]? Si es verdad que la Iglesia entera es deudora a la Virgen Madre por cuyo medio recibió a Cristo, después de María es San José a quien debe un agradecimiento y una veneración singular.
José viene a ser el broche del Antiguo Testamento, broche en el que fructifica la promesa hecha a los Patriarcas y los Profetas. Sólo él poseyó de una manera corporal lo que para ellos había sido mera promesa.
No cabe duda de que Cristo no sólo no se ha desdicho de la familiaridad y respeto que tuvo con él durante su vida mortal como si fuera su padre, sino que la habrá completado y perfeccionado en el cielo.
Por eso, también con razón, se dice más adelante: «Entra en el gozo [en el banquete] de tu Señor». Aun cuando el gozo eterno de la bienaventuranza entra en el corazón del hombre, el Señor prefirió decir: «Entra en el gozo», a fin de insinuar místicamente que dicho gozo no es puramente interior, sino que circunda y absorbe por doquier al bienaventurado, como sumergiéndole en el abismo infinito de Dios.
Y termina con una oración que puede y debe servirnos de guía a todos los que miramos a San José como un ejemplo para nuestras vidas:
Acuérdate de nosotros, bienaventurado José, e intercede con tu oración ante aquel que pasaba por hijo tuyo; intercede también por nosotros ante la Virgen, tu Esposa, madre de aquel que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.[3]
A veces existe la noción equivocada que los religiosos no deben trabajar y sólo vivir de las limosnas. Pero ni los franciscanos pensaban así. San Francisco de Asís (1182-id, 1226) aclaraba que los “hermanos a quienes ha dado el Señor la gracia de trabajar,” debían trabajar fiel y devotamente “de tal manera que, evitando el ocio, que es enemigo del alma, no apaguen el espíritu de la santa oración y devoción, al cual deben servir las demás cosas temporales.” Dada su especial vocación, los franciscanos solo debían ser remunerados con bienes necesarios y no con dinero y debían evitar tener posiciones de mando. Reconocían y respetaban las posiciones de mando pero tenían la prohibición de ocupar esos cargos.
Recién en 1479, a instancias del Papa Sixtus IV, se empezó a festejar la fiesta de San José. Mucho más tarde, Pio IX lo declaró Patrón Universal de la Iglesia el 8 de diciembre de 1870. En varios países se lo declaró patrono hace muchos siglos: en 1555 en Méjico, en 1624 en Canadá, en 1655 en Bohemia, en 1678 fue declarado patrono de los misioneros en China, en 1689 patrono de Bélgica.
Para algunos de nosotros que hemos luchado y luchamos contra el comunismo, por sus características ateas y por sus errores y horrores, es muy relevante que en 1937, Pio XI en su encíclica Divini Redemptoris lo erigió como patrono de la campaña de la Iglesia en contra del comunismo ateo.
En este mismo tenor, y para ganarles en el juego a los comunistas, Pio XII proclamó el 1 de mayo como el día de San José Obrero. Fue adrede, porque ellos querían capturar la figura de San José. La Iglesia quiso enfatizar la dignidad del trabajo, el ideal cristiano de las buenas relaciones laborales, y el ejemplo de San José como obrero.
Volvamos a San José que, a distingo de sus admiradores franciscanos, como trabajador sí podía cobrar en dinero y ser el dueño de su propio negocio. Como trabajador, muchos lo identifican como carpintero, que era una ocupación con diversas facetas. En realidad, el término faber se puede usar para artesanos de diverso tipo, desde metales a madera. En todo caso, su arte era más manual que intelectual. Pero en su tiempo ésta era una profesión de clase media (hoy lo sigue siendo).
Hagamos un salto a estos siglos. Otro santo, Josemaría Escrivá de Balaguer, también hace un gran esfuerzo para rescatar la figura de San José y especialmente por lo que su vida significa para valorar el trabajo humano. En su libro Es Cristo que pasa, dedica un capítulo al “taller de José.” El punto 45, parte de ese capítulo, tiene como título “Santificar el trabajo, santificarse en el trabajo, santificar con el trabajo.”
La asociación que él fundó, el Opus Dei, “se apoya, como en su quicio, en el trabajo ordinario, en el trabajo profesional ejercido en medio del mundo.”[4] Es lógico entonces que tenga una veneración especial por San José: de profesión artesano, ejerciendo su trabajo en forma ordinaria.
Todos los cristianos están llamados a dar “testimonio de Cristo ante nuestros iguales los hombres y llevar todas las cosas hacia Dios.”[5]
El trabajo acompaña inevitablemente la vida del hombre sobre la tierra. Con él aparecen el esfuerzo, la fatiga, el cansancio: manifestaciones del dolor y de la lucha que forman parte de nuestra existencia humana actual, y que son signos de la realidad del pecado y de la necesidad de la redención. Pero el trabajo en sí mismo no es una pena, ni una maldición o un castigo: quienes hablan así no han leído bien la Escritura Santa.
Es hora de que los cristianos digamos muy alto que el trabajo es un don de Dios, y que no tiene ningún sentido dividir a los hombres en diversas categorías según los tipos de trabajo, considerando unas tareas más nobles que otras. El trabajo, todo trabajo, es testimonio de la dignidad del hombre, de su dominio sobre la creación. Es ocasión de desarrollo de la propia personalidad. Es vínculo de unión con los demás seres, fuente de recursos para sostener a la propia familia; medio de contribuir a la mejora de la sociedad, en la que se vive, y al progreso de toda la Humanidad.
Para un cristiano, esas perspectivas se alargan y se amplían. Porque el trabajo aparece como participación en la obra creadora de Dios, que, al crear al hombre, lo bendijo diciéndole: Procread y multiplicaos y henchid la tierra y sojuzgadla, y dominad en los peces del mar, y en las aves del cielo, y en todo animal que se mueve sobre la tierra. Porque, además, al haber sido asumido por Cristo, el trabajo se nos presenta como realidad redimida y redentora: no sólo es el ámbito en el que el hombre vive, sino medio y camino de santidad, realidad santificable y santificadora.[6]
Para los economistas, el trabajo es un medio. Para Ludwig von Mises, el gran teórico de la economía austríaca, el trabajo es el empleo de las funciones y manifestaciones fisiológicas de la vida humana como un medio. “El hombre trabaja cuando, como medio, se sirve de la capacidad y fuerza humana para suprimir, en cierta medida, el malestar, explotando de modo deliberado su energía vital, en vez de dejar, espontánea y libremente, manifestarse las facultades físicas y nerviosas de que dispone. El trabajo constituye un medio, no un fin, en sí.”[7]
Para Mises: “El invertir trabajo resulta penoso. Se estima más agradable el descanso que la tarea. Invariadas las restantes circunstancias, el ocio se prefiere al esfuerzo laboral. Los hombres trabajan solamente cuando valoran en más el rendimiento que la correspondiente actividad va a procurarles que el bienestar de la holganza. El trabajar molesta.”[8] El trabajo es tan esencial que, a distingo de otros factores de producción, “es indispensable para todo proceso o sistemas de producción.”[9]
Pero economistas como Mises parecen no contemplar el motivo mixto del trabajo. Para Mises, si el trabajo causa placer no es trabajo, es un fin. “Es un mero placer. Es un fin en sí mismo; se hace por su propio bien y no brinda ningún otro servicio. Como no es trabajo, no está permitido llamarlo trabajo inmediatamente gratificante.”[10]
Pongo como ejemplo cuando juego al tenis con un profesor. Los dos realizamos actos similares, pero en el análisis de Mises, aparecen como dos acciones distintas. Una, la del profesor, es trabajo y la otra, la mía, es ocio. En realidad toda acción tiene un costo. Yo pudiese haber dedicado el tiempo que dediqué a esa clase de tenis a terminar un trabajo remunerado; mi entrenador de tenis a darles clases a otras personas.
Aunque Mises no habla del tema espiritual en el trabajo, sí lo hace, y de manera muy profunda, cuando habla del fruto del trabajo: la producción. Allí siempre hay un elemento espiritual. Escribe Mises:
La producción es un fenómeno espiritual, intelectual e ideológico. Es el método que el hombre, dirigido por la razón, emplea para la mejor eliminación posible de la escasez. Lo que distingue nuestras condiciones de las de nuestros antepasados que vivieron hace mil o veinte mil años no es algo material, sino algo espiritual. Los cambios materiales son el resultado de los cambios espirituales.[11]
Von Mises dedica varios párrafos al trabajo de los genios y de las personas inmensamente creativas, tiene un enorme potencial para aquellos que vemos al trabajo como una cuestión de amor, una cuestión espiritual, un dialogo con Dios. Mises, por ejemplo, habla de los “pioneros, de los hombres cuyas acciones e ideas abren nuevas sendas a la humanidad. Para el genio pionero, crear es la esencia de la vida. Para el, crear es el significado de la vida.” Mises describe lo que crea o produce un genio, como “un regalo gratis del destino.”[12] Incluye en su lista a poetas como Dante y músicos como Beethoven. Me pregunto si en la visión cristiana del trabajo no existe siempre un componente de genio. Un deportista profesional puede considerar lo que hace como un trabajo, y sus genialidades suelen ser compensadas, pero la genialidad surge del talento y la inspiración. Pero ¿no podemos decir lo mismo de otros trabajos y labores? El carpintero como José, que se le ocurre como hacer una junta más fuerte para un mueble, o una enfermera que reboza de amor por la persona a su cuidado, o un buen escritor u orador, que crea nuevas formas más atractivas de comunicación.
En la visión cristiana, todo lo que uno hace, tiene una dimensión espiritual y sobrenatural. Leemos en el Nuevo Testamento: Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios (1 Corintios 10:31). Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él (Colosenses 3:17).
El “taller de José” nos puede dar lecciones también sobre el aprendizaje como proceso económico y educacional. Parte del trabajo de José le requirió seguramente actuar como maestro de Jesús. Jesús debe de haber comenzado su aprendizaje desde muy joven. En varios de los países más prósperos del mundo, en el norte de Europa, se le da enorme importancia a la incorporación de los jóvenes al mercado laboral mediante los programas de aprendizaje. Éstos normalmente comienzan en el colegio secundario y ayudan a eliminar el sesgo en contra del trabajo manual. Son estos países de Europa donde hay menos desempleo juvenil.
San José es venerado como santo no solamente por los católicos sino también por la iglesia luterana, la anglicana, y las iglesias ortodoxas. Asimismo, visión cristiana del trabajo no es relevante sólo para los católicos. En otras tradiciones cristianas podemos encontrar también la valoración del trabajo. Lester DeKoster (1915-2009) en su libro El Trabajo: El Sentido de Tu Vida (Work: The Meaning of Your Life) muestra al mismo como una institución divina, y no como un mal necesario. Stephen Grabill del Acton Institute (USA) que publicó una nueva edición del libro, resume así los puntos esenciales de lo que significa el trabajo humano:
- Le da sentido y propósito a la vida porque es la forma en que servimos al prójimo, y por extensión a Dios. Dios nos dota de talentos y habilidades con la espera de que los pongamos a trabajar y rendir fruto.
- Por la división del trabajo y la cooperación social nos transformamos en parte del tejido de la civilización.
- Al trabajar, nos vamos haciendo a nosotros mismos. Vamos en cierta manera, construyendo nuestro templo para que Dios pueda vivir en nosotros.[13]
El trabajo, en la visión de DeKoster, tiene que ser visto como una herramienta de formación espiritual y de discipulado (los católicos diríamos de apostolado): “Es el trabajo diario que le da sentido a tu vida, no porque ahora tú decides darle ese significado, sino porque Dios ya lo hizo por ti.”[14]
Otro santo, Juan Pablo II, escribió una encíclica (Laborem exercens) totalmente dedicada al trabajo. Es una encíclica más social que espiritual y quizás por eso menciona a José de Nazaret en una sola ocasión. Pero veamos qué dice Juan Pablo:
«Trabajo» significa todo tipo de acción realizada por el hombre independientemente de sus características o circunstancias; significa toda actividad humana que se puede o se debe reconocer como trabajo entre las múltiples actividades de las que el hombre es capaz y a las que está predispuesto por la naturaleza misma en virtud de su humanidad. Hecho a imagen y semejanza de Dios2 en el mundo visible y puesto en él para que dominase la tierra,3 el hombre está por ello, desde el principio, llamado al trabajo. El trabajo es una de las características que distinguen al hombre del resto de las criaturas, cuya actividad, relacionada con el mantenimiento de la vida, no puede llamarse trabajo; solamente el hombre es capaz de trabajar, solamente él puede llevarlo a cabo, llenando a la vez con el trabajo su existencia sobre la tierra. De este modo el trabajo lleva en sí un signo particular del hombre y de la humanidad, el signo de la persona activa en medio de una comunidad de personas; este signo determina su característica interior y constituye en cierto sentido su misma naturaleza.[15]
Juan Pablo II remarca que a través del trabajo el hombre participa en la obra de Dios mismo, su Creador, y escribe que esta realidad
“ha sido particularmente puesta de relieve por Jesucristo, aquel Jesús ante el que muchos de sus primeros oyentes en Nazaret «permanecían estupefactos y decían: «¿De dónde le viene a éste tales cosas, y qué sabiduría es ésta que le ha sido dada? ... ¿No es acaso el carpintero? En efecto, Jesús no solamente lo anunciaba, sino que ante todo, cumplía con el trabajo el «evangelio» confiado a él, la palabra de la Sabiduría eterna. Por consiguiente, esto era también el «evangelio del trabajo», pues el que lo proclamaba, él mismo era hombre del trabajo, del trabajo artesano al igual que José de Nazaret. Aunque en sus palabras no encontremos un preciso mandato de trabajar —más bien, una vez, la prohibición de una excesiva preocupación por el trabajo y la existencia— no obstante, al mismo tiempo, la elocuencia de la vida de Cristo es inequívoca: pertenece al «mundo del trabajo», tiene reconocimiento y respeto por el trabajo humano; se puede decir incluso más: él mira con amor el trabajo, sus diversas manifestaciones, viendo en cada una de ellas un aspecto particular de la semejanza del hombre con Dios, Creador y Padre.”[16]
Hablamos del trabajo, pero no tanto de uno de estos trabajos particulares, el de Esposo y Padre, el trabajo de construir una buena familia. Todos los estudios serios sobre el tema familiar muestran la enorme importancia que tiene para el desarrollo humano, tanto social como económico, que los niños puedan ser criados por una pareja estable de padre y madre. No analizaré este tema en detalle pero sí comparto mi convicción de que la forma en que San José abraza su matrimonio da lecciones a todos los padres y esposos.
Termino esta reflexión sobre San José y el valor del trabajo, publicada en su día de fiesta, repitiendo la oración que nos dejó San Bernardino:
Acuérdate de nosotros, bienaventurado José, e intercede con tu oración ante aquel que pasaba por hijo tuyo; intercede también por nosotros ante la Virgen, tu Esposa, madre de aquel que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
[1] Así se describe a San José en la New Catholic Encyclopedia, Catholic University of America, Washington DC: 1967.
[2] Piero Bargellini, San Bernardino da Siena, Morcelliana, Brescia: 1933, pp. 308-9.
[3] http://www.vatican.va/spirit/documents/spirit_20010319_bernardino_sp.html [2-12-2020]. (De los Sermones de San Bernardino de Siena, presbítero; Sermo 2, de S. Ioseph: Opera 7, 16. 27-30)
[4] Es Cristo que pasa, varias ediciones, punto 45.
[5] Ibid.
[6] Es Cristo que pasa, 47.
[7] Human Action, https://mises.org/library/human-action-0/html/pp/702
[8] Human Action, https://mises.org/library/human-action-0/html/pp/702
[9] Human Action, https://mises.org/library/human-action-0/html/pp/702
[10] Human Action, https://mises.org/library/human-action-0/html/pp/702í
[11] Human Action, https://mises.org/library/human-action-0/html/pp/702
[12] Human Action, https://mises.org/library/human-action-0/html/pp/702
[13] Cf. Work: The Meaning of Your Life, Christian’s Library Press, Grand Rapids, MI: 2015, ix – xi.
[14] Ibid, p. xiv
[15] LE, Introducción.
[16] LE 26.